sábado, 11 de enero de 2014

Fue en defensa propia

Qué fácil era relajarse. Era la ventaja de ir a la peluquería los viernes por la tarde. Al efecto del masaje mientras te lavan la cabeza se suman el cansancio de la semana y ese agradable calor que producen los últimos rayos de sol sobre las ventanas. No recordaba el nombre de la peluquera. ¿Cómo recordarlo? Nuestras conversaciones se limitaban siempre al primer y último minuto 
- ¿Cómo se lo corto?- 
-¿tijera o máquina?- 
- ¿tarjeta o efectivo?- 
Para alguien como yo, que prefería las escaleras a los ascensores para no tener que hablar, era una situación idílica. Ella pasaba sus manos extendidas sobre mi cabeza, una iba aislando grupos de pelos mientras la otra, manejando con destreza las tijeras, los recortaba. Yo cerraba los ojos mientras mi mente se acostumbraba a ese estado de duermevela en que todas las ideas se liberaban y cobraban vida propia. 

Apenas mantenía la conciencia con un automatismo que me permitía colocar la cabeza siguiendo las insinuaciones de su mano que ahora acariciaba mi frente. Las tijeras rozaban la cara mientras los pelos se desprendían y quedaban atrapados entre las pestañas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir las tijeras tan cerca de mis ojos. Los entreabrí y el espejo me descubrió en los suyos un brillo ardiente que intentó disimular al darse cuenta que era observada. Me sentía indefenso, ella estaba a mi espalda con unas tijeras que ahora se dirigían a la parte posterior de mi cabeza. Un escalofrío recorrió mi espalda. No podía abrir mis ojos, no me obedecían. Debía haber puesto algo cuando lavó la cabeza: la música sonaba cada vez más lejana. Todo tenía sentido ahora. Ella había insistido en cortarme el pelo diciendo a sus compañeras que se fueran, que ya cerraría ella. Intenté mover mis dedos pero no podían separarse de la silla. 

Oí un ligero ruido en el pequeño estante a mi lado y el corazón retumbó en mi pecho. Debía hacer un último esfuerzo, ella dejaría ahora las tijeras para coger la navaja de barbero. Sé que era la rutina pero ahora sabía que no sería como siempre, que hoy mi vida corría peligro. Primero noté su mano izquierda estirando el cuello, preparando el camino de la cuchilla que era dirigida con mano firme; sentí el frío del acero y me preparé para un último y definitivo esfuerzo... 

Siempre pasa lo mismo, viernes, tarde, cinco minutos antes de cerrar y entra un cliente. No es nuevo y me sabe mal decirle que no. Mientras le lavo el pelo les digo a las chicas que se vayan. Si no recuerdo mal no es de los que les gusta hablar así que puedo seguir pensando en lo que le diré a Toni esta tarde. Estoy harta de la situación. Mientras voy cortando el pelo me voy enfadando cada vez más: si ahora mismo fuera él el que estaba aquí sentado se llevaba un buen corte. De repente el cliente abre sus ojos y lo que veo eriza mi piel, como si unos pensamientos oscuros cegaran cualquier luz de su mirada. Ha sido un instante. Vuelvo a mirar al espejo y sus ojos permanecen cerrados. Debo tranquilizarme, no ha sido buena idea pensar en Toni pero no pude evitarlo. Suerte que ya estoy acabando. Voy a coger la navaja y perfilar la nuca... 

-Créame, señor comisario, yo no tuve la culpa. Fue en defensa propia.

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