viernes, 14 de junio de 2013

¿Ser o no ser?

Menudo dilema para pasar a la historia: celos, venganza, incesto, corrupción, poder... ya se nota que Hamlet era un príncipe. Aquí estoy yo a mis treinta años con más preguntas, dudas y conflictos que Hamlet cuatrocientos años después; eso sí, quizás algo más mundanas. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, nos decía el padre Montañana, y vale, hasta ahí llego, pero ¿y todo lo demás? ¿De dónde saco suficiente sudor para el coche, la casa, las vacaciones, los móviles...? Mejor lo dejo. Ya sé que no me conviene agobiarme pero no puedo evitarlo. Todo era más fácil en el colegio, el padre te explicaba lo que estaba bien y lo que estaba mal y salías de allí convencido de saber lo suficiente como para enfrentarte a la vida: menudo idiota yo que me lo creí. Qué pronto descubrí, eso sí, a base de recibir un golpe tras otro, que las buenas acciones suelen tener alguna mala consecuencia y viceversa. No estaba preparado para eso. 

Treinta años, dos carreras universitarias y un postgrado y sólo ahora, desde que acepté este trabajo puedo pensar en casarme con Patricia, irnos a vivir a una casa en las afueras y tener hijos. Esa es la parte buena, sí, pero el trabajo también aporta muchas malas, y no puedo negar que ya lo sabía. Entre ellas el estar aquí, una fría mañana de febrero, en la Casa de Campo vestido con un rídiculo chándal mientras apuro las últimas caladas del ducados, apoyado en un banco. Basta ya de quejas, ya me decía mi padre que al trabajo se va llorado y dejando las amarguras en casa. Joder, las ocho y sigo aquí, a correr. No llevo ni cien metros y ya me falta el aire, tendré que plantearme esto del tabaco. No sé si me podré acostumbrar a esta anarquía de horarios que hacen que el trabajo pueda llegar en cualquier momento pero para los tiempos que corren no puedo ni debo quejarme. 


Vaya, aquel chándal es aún más llamativo que el mío. Se acerca al ritmo de mis pulsaciones pero yo a lo mio; por cierto, voy a sonreírle. Con lo calentito que se está en el coche y me vuelven los malditos dilemas ahora con una pizca de remordimiento. A callar; faltaría más. Aquí no hay marcha atrás. Tomé una decisión y he de ser consecuente. Debo ser un profesional. El primer encargo puede ser decisivo y no iba empezar mi carrera racaneando así que al comprobar el objetivo - ¿por qué le sonreiría? - le metí tres tiros. Si es verdad lo que dicen, a un buen asesino le basta con un par de faenas al mes para poder retirarse a los cincuenta años, y si es por la de indeseables que hay tengo trabajo para rato. Estoy seguro que si centro mi trabajo en los malos podré acallar mi conciencia y si con eso no basta... bueno ya vale, cada cosa a su tiempo. En todos los trabajos el primer día es decisivo y creo que he cumplido. Estoy contento, ahora ya podré formar una familia.


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