sábado, 26 de enero de 2013

Avaricia #Pecados

Siempre me han dicho que querer es poder, pero ¿eso se aplica siempre? Si quiero objetos ¿los consigo solamente con el poder de mi mente? La triste realidad es que no. Por mucho que quiera un McBook no va a aparecer en la puerta de mi casa con un gran lazo azul celeste, obsequio de Apple (u obsequio de Christian Grey).

Si existe, lo tienes que tener, esa es la ley del consumo que nos gobierna, ¿y no es así? Un batallón de spots publicitarios engrosan nuestras horas diarias de televisión para hacernos creer que sin cierto producto, no somos nadie.

¿Cuánto necesitamos para ser feliz? Hay un dicho que habla sobre eso: No es más rico el que más tiene, si no el que menos necesita, ¿es eso cierto? ¿Realmente somos más felices con un puñado de trastos inservibles pero de gran valor emocional? Pregunta que tiene difícil solución y peor interpretación.

Yo considero que hasta que no te ves en la tesitura de no tener nada, no podrás darle el valor que merece el dicho.

Estamos muy cómodos en nuestras casas, con agua corriente y electricidad como para pasar sin ellas. Y lo digo en el sentido más literal. La tecnología trae consigo grandes avances, todos ellos con la única finalidad de hacer nuestra vida mucho más cómoda. Y así es como nos hemos convertido en yonkis de placer. Como humanos que somos, buscamos el placer y huimos del dolor, pero ¿qué placer hay en sentarse en el sofá y ver la tele hasta que tu cerebro se deshace? El placer está en no hacer nada, en mirar pero no ver.

Creo (firmemente) que este avance de las tecnologías no es más que un suicido al que todos estamos yendo. Y no, no me refiero a los robots, me refiero a que tanta comodidad sólo nos convierte en seres estúpidos.

Yo conozco a gente que en pleno siglo XXI vive sin teléfono móvil, y no es que esté en el campo precisamente. Y su pasión es vivir con lo mínimo. ¿Tan descabellado es esto?

De cualquier forma, la humanidad ha vivido con mucho menos y ha sobrevivido. Quizás la salvación se encuentra en una vida de sencillez (no al estilo cristiano) en el que se pague por lo trabajado, y no haya manera de acumular.


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