martes, 4 de diciembre de 2012

Té amargo

No era un fantasma quien surgió entre la niebla. Pero era exactamente eso lo que parecía Alice. Tez pálida, mirada ausente y unos ojos que hacía tiempo habían agotado sus últimas lágrimas. A duras penas logré que me acompañara al interior de la casa donde confiaba, vana esperanza, poder hacerle recuperar una cordura que parecía perdida. Levemente recuperada pronunció la frase que no olvidaría mientras viviera: “ Charles, he matado a un hombre”. Quise entender otras cosas pero cuando lo repitió no pude ignorar el significado de sus palabras. No tenía duda, la locura se había apoderado de ella. Nos conocíamos desde la infancia y vivimos y crecimos tan unidos que no teníamos secretos el uno para el otro. Era imposible que hubiera matado a nadie. Me proponía tranquilizarla cuando una sonrisa se dibujó en mi cara a la vez que se nublaba mi vista: ahora entendía el sabor extrañamente amargo del té de aquella tarde.

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